El propósito de este texto es intentar analizar en qué consiste la conciencia de clase, para qué sirve y por qué hay interés por parte de muchas instancias en no hablar de la clase obrera y sí de la clase media.
Ante la frivolidad generalizada en el uso de los términos objeto de este análisis y la confusión que ésta crea en el lector o el oyente, creo que es necesario aclarar conceptos. Me gustan -y concuerdan con el propósito de este texto- algunas definiciones de Néstor Kohan en su Marxismo para principiantes; lo que le tomo prestado a Kohan está entrecomillado.
Las clases sociales “se definen tanto por su posesión o no posesión de los medios de producción como por sus intereses, su cultura política, su experiencia de lucha, sus tradiciones y su conciencia de clase” y la lucha de estas clases es la confrontación que “divide a la sociedad en opresores y oprimidos… Esta contradicción impulsa el desarrollo de la historia”.
La aristocracia goza de privilegios y títulos, por nacimiento o decisión de un soberano, lo que puede implicar que los nobles no tengan que trabajar para sobrevivir. Esto ha ocurrido a lo largo de la historia y ahora también.
La burguesía es la “clase social que agrupa inicialmente a mercaderes y banqueros, más tarde capitalistas”. Los medios de producción están en sus manos y puede ser que tampoco tengan que trabajar para sobrevivir.
La clase media es heredera de esta burguesía histórica que aunque trabaje -nuestra sociedad es también heredera del calvinismo en torno al trabajo que lo hace necesario y atractivo-, recibe rentas procedentes de tierras, alquileres, inversiones, etc. que le permiten no hacerlo si ése es su deseo.
La clase obrera ofrece su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Si no trabaja, no come o depende de prestaciones sociales, si existen.
Y llegamos a la conciencia de clase que es la “identidad cultural y comprensión política, pensada, vivida y sentida por cada grupo social sobre sus intereses a largo plazo. No se adquiere ni se logra por decreto, sino a partir de experiencias históricas, tradiciones y luchas políticas”.
En mi opinión, lo importante es comprender que si tienes que trabajar para vivir, no eres de clase media, ni siquiera si disfrutas de una posición económica desahogada. Si te quedas sin trabajo o pensión, los ahorros se acaban y como hemos visto tantas veces con los desahucios, te quedas sin nada.
Algunos ejemplos
El pequeño comerciante es propietario de los medios de producción que permiten su trabajo. Si consigue que su negocio funcione y trabajan otros por y para él, puede considerarse de clase media. Ahora bien, si -pongamos por caso- la competencia de las grandes superficies no le permite contratar a gente y su negocio no marcha bien, su trabajo peligra y se proletariza.
El director de sucursal bancaria no es propietario de los medios de producción que permiten su trabajo. Sin embargo si su trabajo es estable, puede recibir un salario alto que le permita invertir y vivir de las rentas. Si pierde su trabajo se proletariza de nuevo, pero si prospera puede acceder a la clase media.
La mediadora social posee los medios de producción que permiten su trabajo (herramientas intelectuales, redes, capacidades emocionales). Pero seguramente las razones que le motivan a escoger ese trabajo no tienen que ver con la clase a la que pertenece. No obstante saber a qué clase pertenece puede ser de gran importancia para ella.
Tanto José Luis Carretero Miramar en la revista Trasversales como Vicenç Navarro en un texto titulado El mito de las clases medias hablan de la proletarización creciente de la clase media, por lo que en contra de lo que el poder y los medios nos quieren hacer creer, la clase obrera aumenta y la clase media se contrae.
Por qué se habla de la clase media y no de la clase obrera
Las referencias a la clase media son constantes mientras que las referencias a la clase obrera escasean. Es como si fuera algo apestoso ser de clase obrera y algo deseable ser de clase media ¿Cómo se pueden calificar «de clase baja» a los trabajadores explotados y excluidos de nuestra sociedad? ¿Por qué tenemos que aspirar a algo más, como decía Maggie Thatcher, un tópico que sigue repitiendo machaconamente la derecha neoliberal y sus adláteres? ¿No es la escalera social una patraña? ¿Por qué se confunde ser acomodado económicamente con ser de clase media? Todo esto ocurre porque hay un interés poderoso en despojarnos de cualquier sentimiento de clase. La clase es lo que nos une y la unión hace la fuerza; es así de sencillo. Se repite insistentemente que la clase media es la meta y se ha colado en el pensamiento, el lenguaje y el quehacer diario de mucha gente trabajadora.
En España es evidente que la clase obrera no es la preocupación del PP. Pero tampoco lo es del PSOE; este no habla de la clase obrera, sólo de la clase media. Además de identificarse en cierto modo con el discurso de “haber vivido por encima de las posibilidades”, de que los desahucios y otras desgracias ocurren por fracaso personal, de la necesidad de “modernizarse”, etc., le interesa negar la existencia de las clases sociales y por tanto su confrontación, que como hemos visto impulsa el desarrollo de la historia. Hay interés en que las clases sociales sean cada vez más ambiguas. De ahí, en mi opinión, proviene la costumbre muy extendida de poner en plural los términos clases políticas, clases trabajadoras, clases medias, como si fueran algo etéreo y sin entidad.
Paul Mason, en su libro Why it’s kicking off everywhere, comenta cómo el poder aprovecha que la sociedad actual ha erradicado la solidaridad, una cualidad característica de la clase obrera. Las confrontaciones entre el poder y lo que Mason llama ‘la generación iPod’ -tanto los disturbios de Londres del verano de 2011 como los de Missouri del verano de 2014 se produjeron a consecuencia del asesinato de jóvenes negros a manos de la policía- al no tener ésta comprensión política, no son consideradas de clase por los protagonistas y a la casta no le interesa reconocer la existencia de la lucha de clases y mucho menos que arraigue la conciencia de clase.
En qué consiste la conciencia de clase
E.P. Thompson habla en La formación de la clase obrera en Inglaterra de que la clase obrera existía en base a sus tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales. Si históricamente se materializaba en el respeto por la naturaleza, el apego al oficio y la defensa de sus organizaciones, hoy también los obreros -para vencer definitivamente al capitalismo- deben defender la recuperación del derecho al descanso y al tiempo libre y el derecho a techo sin dejarse la vida en el intento. Y digo obrero y no trabajador intencionadamente. En inglés sólo hay una palabra para la persona que trabaja, que es worker. En español -y al menos en francés- hay dos palabras principales, que son obrero y trabajador, cuando no empleado u operario. Como el inglés es la lengua del imperio y por tanto del adoctrinamiento, el poder aprovecha este hecho para uniformarnos y quitar valor a la cultura obrera. No es lo mismo un peón de albañil que un administrativo, ni un jornalero que un periodista, pero hoy en día todos pertenecen a la misma clase y aunque sus intereses pueden ser puntualmente distintos, su fuerza reside en la solidaridad de clase.
En los comienzos del cooperativismo en el Reino Unido y ante la falta de instituciones formales de enseñanza, se impartían desde las mismas cooperativas clases de economía política, matemáticas, francés, ciencias y leyes, y hasta astronomía y boxeo. Es decir, se consideraban estas materias importantes para el conocimiento del entorno y del mundo -esto sí que es tener cosmovisión-, a la vez que se creaba una identidad cultural propia. No es que quiera equiparar la cultura obrera solamente con el cooperativismo, pero éste recoge muchas virtudes de aquélla: dignidad, estatus y bienestar general.
El mismo hecho de tener que trabajar para vivir -de lo que sea: basurero, profesor, enfermero- indica a qué clase se pertenece, pero es la identidad cultural la que proporciona la conciencia de clase. Algunas personas escogemos ser de clase obrerapor identificarnos con ella por trayectoria vital y política.
En el mundo rural, sólo se podría asentar cierto sentido de clase creando cooperativas agrarias, lo que incluiría los medios de producción -maquinaria-, los dispositivos de almacenaje, el transporte, la elaboración final y venta directa del producto, etc. Estaría por ver si el agricultor medio -que seguramente se considera a sí mismo de clase media- estaría dispuesto a formar una cooperativa junto con un jornalero. Pero no hay que olvidar que existen todavía colectividades que nos pueden enseñar, como decía Thompson, tradiciones y valores: las zonas mineras, los pueblos pesqueros, los estibadores en los puertos de mar. Pero en las grandes ciudades puedes trabajar muy lejos de donde vives, llegas a casa sólo para dormir y crear conciencia comunitaria no es fácil.
En cuanto a la comprensión política, esta nos permite no solo entender por qué ocurren las cosas a nuestro alrededor -en el trabajo, en la sociedad, en el tablero mundial- sino que nos dota también de herramientas para luchar contra nuestra opresión y nos permite impulsar el desarrollo de la historia, es decir participar en la lucha de clases. A los partidos políticos al uso no les interesa nuestra comprensión política, sólo que les votemos cada cuatro años.
Hay varios factores que contribuyen actualmente a que amplios sectores de los trabajadores no tengan conciencia de clase, entre ellos la precariedad y el individualismo.
En el contexto capitalista actual, los trabajadores se enfrentan a dos factores diferenciados pero asociados. Por un lado tienen más de un trabajo a menudo de índole diverso porque con uno solo no cubren sus necesidades -en tiempos del franquismo esto se llamaba pluriempleo– y la mayoría de los trabajos son precarios, tanto por su duración que suele ser temporal como por sus condiciones, fruto de las leyes laborales permisivas. Incluso en algunos casos -cada vez más frecuentes- se trabaja sin el amparo de las leyes: sin contratación y por tanto seguridad social, falta de horario que te permita organizar la vida, etc. Por mucho que se trabaja, no se sale de pobres y esta precariedad se convierte en un círculo vicioso: no hay conciencia de clase porque la clase está fragmentada en el tiempo y el espacio, pero si no se aceptan estos empleos, no hay trabajo, ni clase, ni conciencia para cambiarlos.
Las actuales formas de vida priman el individualismo y hay múltiples ejemplos de ello. En el mundo laboral, el empresario fomenta el individualismo con el fin de romper la unidad -negociación de condiciones laborales individualizadas y fuera de convenio- y el trabajador las acepta, ya que le atrae el hecho diferenciador. Le hace sentirse importante y parte del engranaje empresarial. Si el trabajador tuviera conciencia de clase, no se dejaría embaucar; su fuerza está en la unidad como clase, porque cuando se queda sin trabajo no tiene otra fuente de ingreso. El antiguo artesano que tejía en su casa en la Inglaterra anterior a la Revolución Industrial se enorgullecía de su trabajo, pero también de su cultura de clase. El ingeniero de hoy ha sustituido esta cultura por la ilusión de realizar su vocación y ejercer una profesión que le gusta. Esta ilusión la fomenta él mismo pero sobre todo los empresarios, cuyo único interés reside en la creación de plusvalía.
En la vida social, la familia nuclear vive en su pisito o casita, prefiriendo el coche al transporte colectivo y teniendo pocos espacios comunitarios donde tejer redes sociales. La lavadora es uno de los mejores inventos de la modernidad, pero ¿de verdad necesitamos todas las familias tener una en nuestro hogar? Los estadounidenses utilizan el sótano de los edificios de pisos para instalar una lavandería colectiva. Es un sitio ideal para comunicarse con los vecinos y crear comunidad. También se podría poner una sala informática colectiva, reduciendo al mismo tiempo gasto energético y residuos.
Thompson describía muy bien en qué consiste la cultura -que se torna en conciencia- de clase. El obrero -y por extensión el pueblo- tiene el objetivo de proteger los derechos de su trabajo, de los que dependen muchas más personas. Para conseguir estos derechos es necesaria primero la disciplina, una disciplina que no actúa para el individuo, sino para la colectividad. La defensa o protección de estos derechos se consigue mediante la dignidad propia que confiere haberlos conseguido. La disciplina y la dignidad conforman la conciencia de clase que, como decía Thompson, hace que los pobres convoquen un mitin en vez de provocar un motín.
Es cierto que ha habido muy poco tiempo para crear conciencia de clase en España, ya que antes de la llegada de la democracia -aunque esta soolo sea formal- sólo existían amos y criados, excepción hecha del levantamiento de Asturias en 1934 y la Segunda República.
Frente al discurso de que ya no existe la lucha de clases y por tanto la conciencia de clase, yo me pregunto: ¿qué son si no las ocupaciones de edificios vacíos para dar techo a los desahuciados, las mareas de colores y las marchas de la dignidad? ¿No serán una forma de lucha que corresponde al periodo actual de la confrontación de clases?
¿Para qué sirve la conciencia de clase?
Los sectores más explotados de nuestra sociedad no perciben pertenecer a una clase porque el poder y los medios se han ocupado de que esto sea así y por las razones antes descritas. Y sospecho que a la juventud precaria y desubicada le pasa lo mismo. No tienen trabajo, su proyecto de vida es el de sus padres porque dependen de ellos y se ven sin salidas.
Por tanto, gran parte de nuestra juventud no conoce la conciencia de clase e incluso puede dudar de que sirva para algo. Pero trabajes en lo que trabajes, seguirás necesitando defender tus intereses, aun si no tienes derechos. Decir que eres de clase media porque eres periodista es una estupidez, fruto del clasismo que el poder y los medios han conseguido imprimir en nuestro cerebro. Sin embargo este comentario hecho en una entrevista por el escritor Owen Jones no desmerece en absoluto su magnífico libro Chavs. Y la gran paradoja es que son sectores de la juventud -parados- los que están creando redes de clase al investigar nuevas vías de cubrir sus necesidades vitales, que no necesariamente de trabajo: cooperativas laborales, crianza colectiva y hogares en comunidad. Lo que es vital es que estos sectores explotados y la juventud sepan reconocer la nueva lucha de clases y cómo el ejercicio de la conciencia de clase podría cambiar su suerte.
Asimismo, si la clase obrera tuviera conciencia de su condición, gozaría de solidaridad, pero no la solidaridad ñoña de los que tienen, sino la solidaridad de los que comparten lo poco que tienen, una solidaridad que no sólo proporcionan la familia y el entorno inmediato, sino la que pone en marcha comedores sociales, huertas comunitarias y cuidados colectivos. Creo que deben ser los propios interesados los que pongan en marcha sus propias redes solidarias para no depender de caridades y beneficencias de extraños.
Los antiguos artesanos no tenían la formación escolar de la clase obrera actual; sin embargo no eran incultos. La necesidad de defender sus propios intereses los obligaba a instruirse mediante la lectura propia o ajena. Thompson hablaba de cómo había costumbre de leer en voz alta los periódicos radicales en beneficio de los analfabetos en las sociedades de aprendizaje colectivo, con el fin de conseguir “pan, conocimiento y libertad”. Tendremos que hacer talleres de conciencia de clase al estilo de los antiguos artesanos con el fin de aprender para qué sirve.
En una relación de poder, si la parte explotada no acepta la dominación de la parte explotadora, jamás habrá sumisión. En cualquier lucha el trabajador puede perder, pero será su obcecación en no someterse lo que guiará su proceder. De igual manera la reacción de la parte explotadora al proceder del trabajador puede y debe reforzar su lucha; el empresario sólo reacciona con rabia cuando el trabajador procede de acuerdo con la comprensión que aporta la cultura de clase.
De niña vivía en una calle sin coches. Todos los hogares eran obreros. Ninguno tenía cuarto de baño y el retrete estaba en el patio. A veces se lavaba la ropa en el patio y a veces mi madre lavaba en una lavandería comunitaria, a un paseo en autobús, debidamente equipada con el fardo de ropa sucia. Pero nos conocíamos todos y a los padres de mis vecinitos los llamaba tío tal o tía cual. Sabíamos cuándo se enfermaba y se paría y cuándo había que hacer comida de más. Se trabajaba -entonces también- en lo que se podía, pero éramos un grupo cohesionado ante la adversidad. Esta solidaridad se da cuando te sientes parte de una comunidad y te identificas con su cultura. Cuando se produce un naufragio, todo el pueblo acude a la costa, estén o no sus familiares en alta mar. Los muertos son colectivos. Cuando hay escape de grisú en la mina, todo el pueblo acude a socorrer. Son islas de solidaridad, fruto de la conciencia de clase y ejemplo de una vida que debemos recuperar.
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