18 abr 2020

EL CORONAVIRUS EN LOS TIEMPOS DEL COLAPSO

Lugubris Lamentatio (por Christophe Thro)
Habrá un antes y un después. ¿Cuál será el número final de muertes del coronavirus? ¿Cuántas vidas se salvarán gracias a la reducción de la contaminación atmosférica y a los accidentes de tráfico y de trabajo que no se haya realizado? Ya que a esta civilización le encanta empaparse de cifras, se podría hacer un estudio para determinar si el número de muertos producidos por esta crisis ha sido menor que el número de muertes causadas por el funcionamiento "normal"del mundo capitalista.

En solo unos días hemos pasado de una actitud de despreocupación desdeñosa al estado de guerra sanitaria. El inmenso orgullo de una sociedad globalizada, tan arrogante que incluso se ha apropiado de una era geológica (el antropoceno), una sociedad segura de su dominio tecnológico basado en la productividad desmesurada que garantiza una gestión milimétrica de los flujos de mercancías, convencida de su dominio planetario, se ve ahora sacudida por un ser vivo cuyo tamaño se mide en nanómetros. Un ser muy frágil, que solo puede sobrevivir unas pocas horas al aire libre y se elimina fácilmente con productos químicos que se pueden fabricar en cantidades tan industriales como nuestra civilización de seres superiores. Los virus tienen estructuras muy simples, sin un sistema de energía propio. Para reproducirse deben, por lo tanto, buscar esta energía en el exterior, penetrando en las células que les ofrecen las condiciones adecuadas para replicarse. Y sin embargo, estos diminutos e insignificantes seres, estos sofisticados plebeyos no sólo matan sino que ponen patas arriba una sociedad de seres mucho más evolucionados y convencidos de serlo. El coloso se da cuenta de que sus pies están hechos de barro.

Hay una cierta ironía en el hecho de que el coronavirus, que necesita tan desesperada y urgentemente una fuente de energía para sobrevivir y desarrollarse, esté atacando a los seres humanos. La humanidad ha desarrollado la sociedad "moderna" atiborrándose de energía, haciendo brotar sangre negra de las profundidades, con millones de jeringas que atraviesan la superficie de la tierra para alimentar el desarrollo, el progreso, el confort y la economía. Se ha domesticado la madera y, por extensión, el carbón, el gas, la energía nuclear, el sol, el viento, el calor de la tierra y el agua, gracias a estructuras cada vez más gigantescas para transformarlos en energía al servicio de una demiúrgica huida hacia adelante. El ser humano se había convertido en el nuevo alfabeto del planeta y, en el colmo de la desmesura, incluso en la única causa de su destrucción. A la luz de los acontecimientos que todos estamos sufriendo, cabe preguntarse por la dicotomía entre las diversas proyecciones que deseamos asociar a la evolución de la sociedad humana y los múltiples niveles de realidades objetivas que contradicen cada vez más estas identificaciones mentales y sociales. "La civilización es solo una delgada película que recubre un caos ardiente" dijo Friedrich Nietzsche. Se puede ver que basta con rascar unos pocos nanómetros de esta película para revelar la barbarie subyacente con total claridad. Este virus es una corona de focos que ilumina las capas estratigráficas de nuestra sociedad con la fiereza impávida de quien no juzga. Somos nosotros, los seres humanos, quienes tenemos que reconsiderar el sentido profundo de la civilización.

Aplaudir a los equipos médicos a horas fijas desde nuestros balcones es una expresión de buenos sentimientos, un gesto de solidaridad con los “limpiadores” de este Chernóbil viral. Sin embargo, muchos de los que muestran así su agradecimiento han votado a un gobierno que sigue desmantelando el sistema sanitario. Atrás quedaron las numerosas huelgas de los profesionales sanitarios por el deterioro de sus condiciones de trabajo, el cese de ti.200 jefes de servicio de sus funciones administrativas en los hospitales, la marcha del 30% de las enfermeras en los cinco años siguientes a su graduación. Hemos olvidado el estrés laboral y los suicidios, los servicios de urgencias saturados, con enfermos que pasan horas en camas en pasillos de locales poco equipados o deteriorados. No se habla ya de las cargas de los antidisturbios golpeando a diestro y siniestro al personal médico que se atrevía a manifestarse. Hay que guardar silencio para que los médicos se concentren en curar y salvar vidas, como si la falta de crítica a las decisiones políticas que llevaron a tal descomposición pudiera salvar a nuestros seres queridos. Y si faltan mascarillas, parece que estornudar en el hueco del codo es mucho más efectivo, según dicen los famosos "expertos" a los que se recurre en las grandes ocasiones. “Especialistas " que, para unos agitan el fantasma del miedo y la amenaza de un número increíble de muertes y, para otros, nos tranquilizan un discurso y paternalista. Estas personalidades son como garrapatas en el sistema, el opio que atonta al pueblo. Se les paga para eso. Y si no hay suficientes pruebas para detectar el virus, mejor, porque así podemos permanecer en una subestimación tranquilizadora del número de personas infectadas. El gobierno francés afirma que las pruebas "conducirían a la saturación de la red de
detección" (una nueva confesión de falta de medios), contrariamente a lo que dijo el director de la OMS, que recomendó realizar "una prueba para cada caso sospechoso".

La población se vuelve con esperanza desmesuradamente orquestada hacia la figura del Jefe, de Estado y de Gobierno, y pide, implora a su líder, ayer criticado y hoy glorificado, que le conceda más restricciones de sus libertades individuales. Las prohibiciones, que ya son particularmente numerosas en un Estado que se proclama democrático, se multiplican aún más rápidamente que el propio coronavirus. Hace apenas unos meses, las fuerzas del orden habían logrado mantener el poder de un Estado que se tambaleaba por un estallido programado de brutalidad y violencia, bajo un manto de terror (se podría hablar legítimamente de terrorismo de Estado) que ha atentado contra, entre otras cosas, el derecho a manifestarse y ha encarcelado, humillando, mutilando y matado impunemente. La crisis del coronavirus monopoliza una vez más a las fuerzas de orden público, que deben hacer respetar y cumplir todas las prohibiciones suplementarias. Pero esta vez, al no existir el riesgo de que se cuestione el sistema, las fuerzas de seguridad son consideradas por las autoridades como los peludos de la primera guerra mundial, carne de virus, sirvientes sin máscaras ni distancia de seguridad. Las fuerzas de la ley y el orden público son las garantes de la perpetuidad del poder, pero está claro que son sólo sus músculos, mientras que lo que verdaderamente importa es la supervivencia del cerebro. ¿Se dará cuenta la llamada policía "de base" de que son tan desechables como las mascarillas que llenan los cubos de basura de los ministerios?

Es muy tranquilizador responder a una situación excepcional con disposiciones excepcionales. Cada país se afana en ello, cada uno con sus propias especificidades sociopolíticas. Italia, con un sistema médico ligeramente más atrofiado que el francés, está pagando un alto precio, a pesar de su rápida reactividad política. Alemania, con sus reservas médicas bien abastecidas, pruebas para cada caso sospechoso, 25.000 camas disponibles para casos graves (5.500 en Francia), no ha sumido a sus ciudadanos en un estado de pánico. Los Estados Unidos, con las habituales baladronadas dignas de un débil mental, en el sentido psiquiátrico del término, de su actual presidente, y un sistema de salud neoliberal diseñado para los ricos, van a sufrir. Gran Bretaña ha tardado en reconsiderar su planteamiento inicial de la inmunidad de grupo, una estrategia cpicamente neoliberal de "hacer y dejar hacer" que se habría saldado con cientos de miles de muertes. Brasil, cuyo presidente es aún más irresponsable que el de Estados Unidos, sufrirá la inconsecuencia criminal de una política sin recursos. China, cuyo brutal autoritarismo ha frenado la enfermedad, pretende dar lecciones al exportar sus médicos a Europa, que los trata en sus medios de comunicación como salvadores y publicitan así la implacable eficacia de su régimen imperialista. Los Derechos Humanos, que ya era un tema tratado con habitual discreción diplomática, caerán en el olvido. Francia con su sistema piramidal compuesto por una aristocracia elitista en la cima, dominada por un líder providencial y todopoderoso, contempla fascinada el autoritarismo chino y vota leyes excepcionales que tienen el efecto de limitar muy drásticamente las libertades fundamentales. Hay que reconocer que su objetivo es principalmente frenar la pandemia, pero, como ya se vio tras los atentados de 20ti5, no se puede descartar la tentación de mantener y renovar las medidas restrictivas. Curiosamente (...), siempre es más diecil devolver al pueblo las libertades a las que el mismo ha renunciado en un momento de crisis, que eliminar las limitaciones y conceder más libertades. El Gran Timonel quiere enviar a sus siervos indolentes a cosechar los campos, asistido por los amos de la FNSEA como celosos suplentes que manejan con el látigo de la "seguridad alimentaria nacional". El sistema francés se está desmoronando bajo las restricciones, se tambalea como un marinero borracho. No hay duda de que el gobierno llamará a la conciencia cívica para "reconstruir" el país después de la crisis, curar sus heridas y volver a trabajar como buenos soldaditos del capitalismo. Los medios de comunicación ayudarán a que así sea. Algunas medidas de excepción se ratificarán como parte del marco social normal, pero el pueblo francés no está completamente/del todo lobotomizado y resiste, los parias han mantenido la llama de la revuelta. Quién sabe cuántos ciudadanos se habrán parado a pensar en lo que quieren hacer con sus vidas, y hayan recuperado, tal vez, una cierta independencia de pensamiento antes de tomar una nueva dirección hacia el ser y no estancarse en el tener. Una reflexión sobre el significado de su existencia cuando el halo de la muerte y la enfermedad pasaba por su puerta y, en algunos casos hasta entraba en su casa.

La pandemia también está alimentando los síntomas de nuestras discapacidades a nivel individual: arrasar las estanterías de los supermercados como si no hubiera un mañana; huir de las grandes ciudades para ir a la segunda residencia, dando al virus la oportunidad de llegar a todos los pueblos; hacer alarde de la negligencia de la juventud, convencido de que el virus solo afecta a los "viejos", mientras se prohíbe a los parientes más cercanos acompañar al moribundo; escupir (como han hecho algunos supremacistas blancos neonazis) en los botones de los ascensores de los barrios habitados por afroamericanos con un odio enfermizo mucho más siniestro que una epidemia. Además se incinera y entierra sin ramos de flores, sin coronas, sin velatorios ni familias numerosas o abrazos, con multitud de prohibiciones en las ceremonias y los padres descubren la convivencia con sus hijos después de haberlos entregado al sistema educativo, que aprovecha para aleccionarlos y convertirlos en dóciles engranajes de la ciclópea maquinaría económica capitalista. Hay quien se queja desde su villa con piscina de que la velocidad de Internet es menor que en París e insuficiente para teletrabajar y las sesiones de yoga en línea (quién tuviera el 5G)

"Una pandemia como la actual es una prueba fatal para la lógica del neoliberalismo. Pone fin a lo que el capitalismo exige para mantener su constante movimiento frenético. "No resulta novedoso señalar que el neoliberalismo se encuentra atrapado en una espiral de paradojas intrínsecas a su funcionamiento. Sin embargo, la lenta marcha infligida por el virus permite que todos aquellos que se ven sumidos voluntaria o involuntariamente en el frenesí del sistema capitalista se paren a pensar en ampliar su campo de conocimiento y reflexión, a pesar de los devoradores de tiempo cerebral disponibles (teletrabajo, niños, juegos en línea, televisión, pornograea, aplicaciones de telefonía móvil, redes sociales).
Es posible (re)descubrir lo que la aristocracia político-mediática considera, con razón, como una conciencia peligrosa para su durabilidad de clase: el capitalismo está condenado a la bancarrota porque sus múltiples contradicciones internas no son viables. Se nos querrá hacer creer que el coronavirus es el responsable de todo, cuando en realidad es el reflejo de la quiebra de todo el sistema. Esta crisis no acabará con el sistema capitalista, que saldrá de ella como un boxeador aturdido y continuará luchando contra su oponente, el principio de realidad, que continuará martilleándole su incompatibilidad existencial hasta dejarlo fuera de combate

¿Quién es el chivo expiatorio? ¿Es una especie salvaje en peligro de extinción, un pangolín o un murciélago? El capitalismo, con su lógica distorsionada, no se podía esperar que esta pandemia atacara a los animales, símbolos de una existencia libre, opuestos a la burocracia contable y a la eficiencia económica, puesto que la denominación de "salvaje" es un insulto a la civilización. No, las zoonosis (la transmisión de enfermedades de los animales a los humanos) son una consecuencia de la tala de árboles y la minería, la construcción de carreteras que facilitan lamigración de los seres humanos a los espacios más remotos, por el desenfreno pantagruélico de cocinar y comerciar con todo lo que se mueve. La responsable de la aparición de nuevas enfermedades es una de las ramas de la civilización, precisamente la que se encarga de la alteración de los ecosistemas para alimentar la maquinaria con materias primas.

Habrá un antes y un después. ¿Cuál será el número final de muertes del coronavirus? ¿Cuántas vidas se salvarán gracias a la reducción de la contaminación atmosférica y a los accidentes de tráfico y de trabajo que no se haya realizado? Ya que a esta civilización le encanta empaparse de cifras, se podría hacer un estudio para determinar si el número de muertos producidos por esta crisis ha sido menor que el número de muertes causadas por el funcionamiento "normal" del mundo capitalista.

https://www.partage-le.com/2020/04/02/lugubris-lamentatio-par-christophe-thro/

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